Citurna:
el nombre tairona que nació en las nieves perpetuas de la sierra
Mucho antes de que la Sierra Nevada de Santa Marta fuera conocida con ese nombre, los pueblos que habitaban este territorio, en el norte de lo que hoy es Colombia, la llamaban “Citurna”, que significa “el País de las Nieves”, un reflejo de la admiración por la naturaleza y el respeto por la tierra.
Pero las nieves perpetuas son solamente uno de los increíbles paisajes que nos regala este lugar maravilloso, que nace a orillas el Mar Caribe y se eleva 5.775 metros hasta la cima de los picos Colón y Bolívar, los más altos del país. En ese recorrido, los paisajes de la sierra cambian entre bosques de niebla, selvas y páramos que enriquecen su biodiversidad. Por eso se dice que en la Sierra Nevada, la montaña más alta del mundo a la orilla del mar, se resumen los climas del planeta.
Al tener todos los pisos térmicos, desde las cálidas playas hasta los gélidos glaciares, nuestra Citurna tiene los paisajes ideales para que se desarrollen y convivan en armonía miles de especies de flora y fauna, algunas de ellas únicas en el planeta. En ella también nacen más de 30 ríos que dan sustento a las comunidades que habitan los departamentos del norte del país. Entre esos ríos se encuentran el Guatapurí, el Don Diego, el Palomino y el Cesar.
Y también viven en ella los herederos de esa cultura que llamaba Citurna a la Sierra Nevada de Santa Marta: koguis y arhuacos son orgullosos descendientes de los taironas, que hoy conservan tradiciones, lenguas, rituales y formas de vida con los que se honra a la naturaleza y nuestra convivencia con ella.
Este respeto por la Madre Tierra es una filosofía ancestral que nos enseña el valor de los seres vivos y nos recuerda la conexión que existe entre todos ellos: el agua, el aire, los animales, las plantas, las personas de culturas diferentes y los espíritus. También nos dice que no dominamos la tierra ni somos sus dueños, sino que nos relacionamos con ella desde un respeto profundo, que nos ayuda a mantener el equilibrio, la convivencia y la hermandad.
Este legado se extiende desde las cumbres de Citurna a las diferentes regiones del país, donde los colombianos valoramos profundamente la convivencia, el respeto por nuestros semejantes y por la naturaleza como pilares de una sociedad equitativa y democrática.
Como colombianos, tenemos el deber de proteger este santuario. No solo por su belleza y biodiversidad, sino porque en él habita una parte esencial de nuestra historia, de nuestra democracia y de nuestro futuro. Citurna nos inspira a mantener un país justo, sostenible y conectado con sus raíces.